Mindfulness post covid-19: consciencia y compasión ecológica | Javiera Ortega
Si se hubiera anunciado lo que iba a suceder en el año 2020 hubiera sido muy difícil de creer ya que el escenario actual se asemeja más a una película de ciencia ficción que a una posibilidad latente del mundo previo al confinamiento. Así, en las últimas semanas hemos sido testigos vivenciales de una devastadora, veloz y desoladora pandemia que nos ha paralizado como especie, dejándonos con la incertidumbre sobre cómo será el futuro. El confinamiento producto de esta enfermedad nos ha obligado a hacer una pausa para observar el entorno y a nosotros mismos y para evaluar quiénes somos como especie, qué aportamos, qué podemos hacer, y qué haremos de ahora en adelante. El objetivo de este artículo es analizar el escenario medioambiental del planeta previo al desarrollo de la pandemia, los distintos cambios observados en la naturaleza producto del confinamiento, el rol del ser humano en la cadena alimentaria, defendiendo la importancia de la práctica de mindfulness y compasión como herramientas para desarrollar conciencia ecológica.
El mundo pre covid- 19: contaminación, cambio climático y calentamiento global
Previo a la pandemia, entre las tantas problemáticas de relevancia mundial se encontraban la contaminación, el calentamiento global y el cambio climático. El mundo estaba llegando a una situación absolutamente crítica con olas de extremo calor, ecosistemas destruidos, animales desnutridos, islas fabricadas de plásticos en el fondo marino, cantidades inimaginables de basura y residuos, un aire prácticamente irrespirable y así una interminable lista de situaciones críticas y urgentes. Al hablar de contaminación, la podemos definir como:
“Toda materia o sustancia, sus combinaciones o compuestos, los derivados químicos o biológicos, así como toda forma de energía térmica, radiaciones ionizantes, vibraciones, ruido, que al incorporarse o actuar en la atmósfera, agua, suelo flora o fauna, o cualquier elemento ambiental, alteran o modifican su composición y afectan la salud humana” (Solís y López, 2003, p.8).
En base a esta definición encontramos diversos tipos de contaminación ambiental:
- Contaminación atmosférica
- Contaminación hídrica
- Contaminación del suelo y subsuelo
- Contaminación de alimentos
- Contaminación acústica
- Contaminación radiactiva
- Contaminación térmica
- Contaminación visual
- Contaminación lumínica
- Contaminación electromagnética
La contaminación ambiental se atribuye principalmente al ser humano; el crecimiento económico, la industrialización, el aumento de la población mundial y la globalización son factores que han contribuido a un aumento importante en residuos a nivel ambiental en las últimas décadas, generando alarma y preocupación en la población. Esta misma contaminación producida y generada por el hombre está afectando además de a los ecosistemas al propio ser humano.
“Se ha estimado que en los países industrializados un 20 % de la incidencia total de enfermedades puede atribuirse a factores medioambientales. Las enfermedades respiratorias, el asma y las alergias están asociadas con la contaminación del aire externo e interno. La relación entre la contaminación atmosférica y la salud es cada día más conocida. El asma y las alergias han aumentado durante las últimas décadas en toda Europa. Otros efectos son el aumento de la contaminación por partículas finas y ozono y la implantación de vectores subtropicales adaptados a sobrevivir en climas cálidos y más secos, lo que podrá aumentar la incidencia de enfermedades como el dengue, enfermedad del Nilo Occidental, malaria y encefalitis transmitida por garrapatas. La disminución de la capa de ozono estratosférico y la exposición a radiaciones ultravioletas están asociadas a un aumento del cáncer de piel, cataratas y alteraciones del sistema inmunitario. La exposición solar aumenta el riesgo de padecer cáncer de piel (no melanoma), debido a los rayos ultravioletas. La exposición al ruido provoca trastornos auditivos, trastornos cardiovasculares, estrés, irritabilidad, alteraciones del sueño, gastos económicos (medidas de protección y aislamiento acústico), etc (Vargas, 2005,p.118).
Por otra parte, la contaminación ambiental, principalmente atmosférica, junto con otros factores de acción mayoritariamente humana, ha desencadenado un aumento en la temperatura de nuestro planeta, provocando alteraciones climáticas y meteorológicas. Para poder entender el concepto de cambio climático es necesario primero hablar del “efecto invernadero”, el cual se refiere a un mecanismo por el cual la atmósfera de la Tierra se calienta, un mecanismo que ha existido desde que la Tierra tiene atmósfera (hace unos 4.000 millones de años). La atmósfera terrestre es una capa delgada que rodea nuestro planeta, dentro de la cual se albergan los gases que son imprescindibles para el desarrollo de la vida en nuestro planeta. Los gases que se encuentran en mayor proporción son el nitrógeno (79%) y el oxígeno (20%); el 1% restante lo conforman el argón (0,9%) y el dióxido de carbono (0,03%) (Caballero, Lozano y Ortega, 2007, p.3).
Como definición de efecto invernadero:
“El efecto invernadero se produce de la siguiente manera: la radiación solar procedente del sol llega a la Tierra, parte de esta energía es reflejada por la atmosfera y devuelta al espacio, el resto atraviesa la atmosfera y llega hasta la superficie de la Tierra. Allí, una parte de esta energía es reflejada, y la otra parte es la encargada de calentar la superficie. Parte de este calor desprendido por la superficie terrestre se “escapa” hacia el espacio, y el resto se refleja en la atmosfera produciendo así que la temperatura del planeta alcance una temperatura estable” (Orizaola, 2017,p.4).
“En lo referido a los gases de efecto invernadero podemos encontrarnos con una gran variedad de ellos, de los cuales destacarían el dióxido de carbono (CO2), el vapor de agua (H2O), el metano (CH4), el óxido de nitrógeno (N2O), los gases industriales sintéticos fluorados (CFC, HFC, PFC, SF6, etc) y el propio ozono (O3). Sin embargo no todos estos gases tienen la misma capacidad de absorber la radiación térmica. El metano (CH4), es veinte veces más efectivo como gas de efecto invernadero, pero es el dióxido de carbono (CO2) el más relevante de todos estos gases, ya que supone el 60% del total de todos los gases de efecto invernadero” (Orizaola, 2017, p.5 y 6).
El efecto invernadero es absolutamente natural. Se trata de un mecanismo que permite que nuestro planeta mantenga la temperatura adecuada para que exista vida; de hecho, de no ser por este mecanismo, la temperatura del planeta sería de -15°C. Sin embargo, hoy en día existe el llamado efecto invernadero antropogénico. Atribuido al ser humano, ha generado con el paso de los años un aumento acelerado en la temperatura de la Tierra, provocando lo que conocemos como calentamiento global que junto con otros factores predisponentes han llevado al cambio climático. Fernández (2011) explica que la causa principal del aumento de los gases de efecto invernadero es la actividad humana, ya sea directa o indirectamente. Las principales causas del aumento de los gases de efecto invernadero son la quema, producción y extracción de combustibles fósiles, la deforestación y algunos métodos agrícolas y ganaderos (Orizaola, 2017, p-8).
Según informes del Parlamento Europeo y la Organización Meteorológica Mundial, algunas de las causas del calentamiento global son el transporte contaminante, la industrialización, la excesiva generación de residuos, la agricultura y ganadería, el derroche de energía y la deforestación. El calentamiento global tiene innumerables consecuencias para los ecosistemas y para el ser humano. Según Vargas, “las temperaturas extremas (calor y frío) están asociadas con aumentos de mortalidad general, en la mayoría de los casos por enfermedades cardiovasculares y respiratorias” (2005, p.118). La definición de salud que nos brinda la OMS (Organización Mundial de la Salud) como “estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (Alcántara, 2008, p.96) sumada al escenario anteriormente descrito lleva a reflexionar sobre el nivel de salud del que gozaba el ser humano previamente al covid-19.
Observando el entorno: ¿está la Tierra mejor sin los seres humanos?
La aparición del Covid-19 en Wuhan en diciembre del 2019 no encendió las alarmas en primera instancia; no captó la atención del mundo. Una nueva enfermedad provocada por un virus de origen desconocido dejaba numerosas muertes, cuadros respiratorios graves, signos clínicos confusos y una tasa de morbilidad (o contagio) elevada. En febrero del 2020 se diagnosticaban los primeros casos en el continente europeo pero aún no se les prestaba una gran atención. Un mes después el escenario daba un giro veloz: el mundo comenzaba a paralizarse, y la incertidumbre se apoderaba de cada país. Cuarentena obligatoria, todos en sus casas, a la espera de lo que venía.
Con el paso de los días y las semanas, desde el interior de las casas, noticias de diferentes partes del planeta comentaban inusuales fenómenos que se observaban en el exterior. Se avistaban cisnes y delfines en los canales de Venecia, cientos de ciervos bajo los cerezos o transitando por las calles en Japón, un aumento récord de cisnes de cuello en Río Cruces en Chile, jabalís, zorros, y lobos en zonas urbanas españolas, patos silvestres en las fuentes de Roma, y así se replicaban situaciones similares en diferentes partes del mundo.
Por otro lado, la Agencia Espacial Europea mediante imágenes satelitales mostraba que los índices de contaminación habían disminuido producto del confinamiento en España e Italia principalmente. Según el artículo publicado por Lauri Myllyvirta, del Centro de Investigación de Gases Contaminantes y Aire Limpio, la reducción de gases contaminantes en China habría descendido un 25% (BBC, 2020) y luego de 30 años las cumbres de los Himalayas volvían a ser visibles (La Vanguardia, 2020).
Ser testigos de todos estos fenómenos alrededor del planeta mientras dura el confinamiento permite hacer un alto para reflexionar y hacerse algunas preguntas: ¿cuál es nuestro rol en la Tierra como humanos? ¿Qué aportamos cómo especie? ¿El mundo está efectivamente mejor sin nosotros? ¿Que daño nos estamos haciendo a nosotros mismos, a nuestra salud?
Rol del ser humano en el ecosistema
Darimont, Fox, Bryan y Reimchen (2015) definen al ser humano como un “superdepredador” que provoca cambios extremos en las cadenas de alimentación; la tecnología humana tiene una capacidad de asesinato perversamente eficiente. Los sistemas económicos globales y la gestión de recursos que dan prioridad a los beneficios a corto plazo para la humanidad han dado lugar al superdepredador humano (Darimont et al, 2015, p.858 y 859). La investigación realizada por Darimont et al (2015) concluye que el ser humano está explotando las poblaciones de especies adultas de peces a una tasa catorce veces mayor a los depredadores marinos, y que sin tener una necesidad alimentaria, la tasa de caza de especies como osos, lobos y leones llega a ser nueve veces más que la mortandad generada entre ellos como especie de manera natural (Darimont et al, 2015, p.858-859).
El ser humano al ser un “superdepredador” que se posiciona en el tope de la cadena alimentaria careciendo de autorregulación. Por otro lado, debido a los diversos ritos y costumbres, al momento de morir el cuerpo no vuelve a formar parte de la cadena trófica para de alguna manera retroalimentar el ecosistema:
“El flujo de energía en el ecosistema depende de la integridad de las cadenas tróficas que lo conforman. Una cadena trófica (del griego throphe = alimentación) es una serie de eventos consecutivos relacionados con la alimentación de los organismos en la que unos aprovechan la energía de otros, luego de la ingestión o absorción. Los organismos productores elaboran sus propias moléculas orgánicas y, a su vez, los consumidores obtienen estas mediante la ingestión de tales organismos. Sin embargo, el ser humano se erige como un gran consumidor de aquello que el ambiente produce, sin retribuir algo a cambio excepto sus propias sustancias de desecho.” (Becerra y Hernández, 2018).
“En un comunicado de prensa, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reportó que la esperanza de vida de una persona se ha incrementado desde el año 2000, hasta alcanzar los 70 años en promedio global. Aproximadamente, durante este tiempo la persona bebe 50.000 L de agua e ingiere 25.000 Kg de alimentos sólidos; a cambio de este sustento, el humano devuelve a la naturaleza sólo materia fecal, orina, y dióxido de carbono, en cantidades dependientes del metabolismo y digestión per cápita, contribuyendo con la aparición y latencia de enfermedades, así como con el calentamiento global” (Becerra y Hernández, 2018).
Resulta alarmante observar y analizar los diversos estudios e investigaciones que se han realizado a lo largo de las últimas décadas que dibujan un futuro incierto. El estar en el tope de la cadena trófica implica que los sistemas de regulación deben ser por parte de la propia especie, lo cual está directamente relacionado con nuestro nivel de consciencia. Ser conscientes del rol y posición que ocupamos, en qué tipo de especie nos hemos convertido, el daño que se ha causado al medio ambiente, qué medidas vamos a tomar hacia el futuro, cuál será el rol que queremos ocupar en esta cadena alimentaria, de qué manera se va a mitigar y retribuir el daño ya causado son algunas de las múltiples interrogantes actuales.
Mindfulness: un camino hacia la nueva normalidad
El contexto en el que los seres humanos se desenvolvían previo a la aparición del Covid-19 ha llevado a un importante deterioro en la salud y el bienestar. En líneas generales, este deterioro ha venido provocado por un ritmo de vida rápido y acelerado en el que pasamos la mayor parte del día en modo hacer insertos en una sociedad que exige cada día más, horarios laborales extenuantes, tiempos de desplazamiento urbanos excesivos, altos niveles de estrés que generan diversas adicciones (tabaquismo, alcoholismo), crisis de ansiedad recurrentes, además de diálogos internos constantes y abrumadores y trastornos del sueño. Todo ello deja un tiempo muy reducido para el ocio, el deporte, la cocina, los cuidados, el tiempo compartido con los los hijos, para, ver una película o simplemente descansar, física, mental y emocionalmente.
Con la aparición de este nuevo virus, que se convirtió rápidamente en pandemia, la cuarentena se presenta, dentro de esta caótica situación, como una oportunidad para realizar una pausa, comenzar a disminuir el ritmo que llevábamos poco a poco, quitar el ruido externo para comenzar a observar los pensamientos, emociones, sensaciones. Dentro de este escenario, realizar una pausa en el día a día de manera impuesta puede resultar muchas veces completamente abrumador, desbordante. Pasar del “modo hacer” al “modo ser” tan abruptamente puede ser caótico, llegando incluso a afectar la salud mental. Es en este punto donde mindfulness juega un rol fundamental, no solamente para mejorar nuestro bienestar, sino también para que esa “pausa” que implica el confinamiento se convierta en una herramienta y una oportunidad para elevar la consciencia, tanto de nosotros mismos, como del entorno.
Mindfulness es la traducción al inglés del término pali “sati”, que implica consciencia, atención y recuerdo (Siegel, Germer y Olendzki, 2009, p.2) Existen diversas definiciones para mindfulness. Jon Kabat Zin, uno de los precursores de la práctica de Atención Plena en Occidente, lo define como “la conciencia que aparece al prestar atención deliberadamente, en el momento presente y sin juzgar, a cómo se despliega la experiencia momento a momento” (Arrabé, 2011). Y según Christopher Germer (2001), el mindfulness es “darse cuenta de la experiencia presente, con apertura y aceptación” (García, 2019, p. 42).
Por otro lado, Javier García Campayo (2019) explica que cualquiera que sea la definición, se deben incluir los siguientes aspectos:
• Capacidad de estar atento: el individuo no está distraído o somnoliento, sino atento y perfectamente centrado en lo que está viviendo. Pero es un estado de atención relajada, no tensa o excitada.
• En el presente: Uno puede estar atento en el pasado echándolo de menos (fenómeno que ocurre en la depresión) o centrado en el futuro, temiendo algo que va a ocurrir en el (circunstancia que ocurre en la ansiedad). En mindfulness, el sujeto está exclusivamente en el fenómeno presente. Por eso, es casi inevitable que sea muy consciente de su cuerpo, incluido la respiración, porque éste siempre está en el presente. El desarrollo de la consciencia corporal es un fenómeno clave en el desarrollo de mindfulness.
• Con aceptación: Mindfulness facilita no juzgar, criticar o estar a disgusto con la experiencia presente, sino aceptarla de una forma radical, sin esperar que sea diferente a cómo es. Aquí aceptación es diferente de resignación o pasividad, el sentido es de apertura y curiosidad no crítica ante cada experiencia. Cualquier elemento de no aceptación que exista en la experiencia nos hará perder el estado de mindfulness. Esta es la forma más sutil de no estar en mindfulness.
• Intencional: Entrar en estado de mindfulness constituye un ejercicio de voluntad, al menos al principio de la práctica. Con el tiempo el proceso se vuelve natural y se puede estar en ese estado la mayor parte del tiempo. Los místicos orientales comparaban el proceso de aprender a meditar con el sueño: cuando uno empieza a dormir, no tiene que recordarse continuamente que debe dormir, simplemente lo hace. Cuando uno ha adquirido práctica, cuando empieza a meditar, no tiene que recordarse que debe seguir meditando, la mente no sale de ese estado fácilmente hasta que han pasado horas o algo externo llama su atención (p. 42 y 43)
Al atraer la atención al momento presente de manera intencional y con aceptación — estos cuatros pilares que menciona Javier García Campayo — inevitablemente se genera en primera instancia consciencia corporal a través de la exploración de las sensaciones físicas, por ejemplo mediante el escáner corporal. El cuerpo siempre se encuentra en el momento presente y en constante cambio: una respiración no es igual a otra, las células se encuentran en transformación constante. Como afirma Mirapeix (2015), explorar las sensaciones corporales permite aprender a habitar el cuerpo, estar dentro de él, comprender la información que me está otorgando momento a momento. Los estados mentales, las sensaciones físicas, los pensamientos y emociones son dinámicos: el poder percibirlos implica ser conscientes que están en cambio permanente (p. 40).
La neurociencia a lo largo de los últimos años ha logrado determinar la conexión del cuerpo y la mente. Nuestro cerebro interpreta cómo está el cuerpo (propiocepción) y la postura corporal influye en el estado mental. Las sensaciones del cuerpo generan la emoción, sensaciones que se perciben consciente o inconscientemente. Se mencionaba anteriormente el concepto de consciencia corporal, pero en general uno de los términos que usualmente se repite cuando hablamos de atención plena es el de “consciencia”, y el desarrollo de metacognición con la práctica de mindfulness. Pero, ¿qué es consciencia?¿ Cómo se puede definir?
El definir este concepto ha sido una de las grandes problemáticas del siglo XXI, tanto para la filosofía como para la psicología y la neurociencia. Existen múltiples descripciones, teorías, hipótesis al respecto. Vithouklas (2014) define consciencia como:
“Función de la mente humana que recibe y procesa la información, cristalizándola para ser posteriormente almacenada o rechazada con la ayuda de lo siguiente
1. Los cinco sentidos.
2. La imaginación y la emoción.
3. La capacidad de razonamiento de la mente.
4. La memoria.
Los cinco sentidos posibilitan a la mente recibir información, luego es procesada por la imaginación y la emoción, la razón la juzga y la memoria la almacena o la rechaza” (p.104).
El campo de la neurofisiología ha logrado determinar en qué lugar específico del cerebro humano se llevan a cabo las distintas funciones que se señalaban anteriormente. Mientras mayor sea la capacidad para recabar y procesar información de un ser humano mayor será su capacidad para “darse cuenta”, lo que genera indefectiblemente mayor consciencia de su yo interno y del mundo externo (Vithouklas, 2014, p.104). La información que el ser humano es capaz de recolectar y procesar está directamente relacionada con el foco y el grado de atención del momento. Queda en la consciencia lo que se puede recordar y se recuerda a lo que se le da atención: de esta manera se genera la experiencia consciente. Lo que no se recuerda no forma parte de la experiencia, queda en el inconsciente.
Vithouklas (2014) plantea:
“La concientización y el estar totalmente “despierto” o “atento”, representan los dos principales componentes de la consciencia. Concientización está definida por el contenido de la consciencia, y la vigilia es definida por el nivel de consciencia. Concientización contiene auto-conocimiento, el cual percibe al mundo interno de pensamientos, reflexión, imaginación, emociones y el soñar despierto; así como también la concientización externa que percibe al mundo externo con la ayuda de los cinco sentidos” (p.104).
Otros autores definen el concepto de consciencia como una facultad mental más y analizan temas como la discriminación entre estímulos sensoriales, la integración de la información para guiar el comportamiento o la verbalización de estados internos, cómo se integran los datos sensoriales con la experiencia del pasado y cómo focalizamos la atención o lo que distingue el estado de vigilia del sueño (Rubia, 2010). M. Dueñas (1992) la define como “el conocimiento que tenemos de nosotros mismos y del exterior, es el rasgo distintivo de la vida mental, lo que nos permite darnos cuenta y permanecer alerta ante la realidad” (Zunzunegui, 2010).
Entendiendo el significado de consciencia se puede comprender de mejor manera la práctica de atención plena, lo que implica consciencia a nivel corporal, respiración, pensamientos y emociones. La práctica de mindfulness permite, por otra parte, el desarrollo de metacognición, es decir, el nivel de consciencia que se logra por medio de la propia actividad mental desde los pensamientos y aprendizaje. Una de las características de la especie humana es la capacidad de tener memoria de su propia memoria y poder examinar y analizar sus propios procesos de memoria. (González, 1993, p.2).
El desarrollo de metacognición derivado de la práctica de atención plena proporciona la facultad de poder observarse a sí mismo, tener consciencia tanto de las fortalezas como de las debilidades del propio funcionamiento mental, así como de los errores que usualmente se cometen. Esta consciencia que emerge da cabida a explorar y fomentar las fortalezas, trabajar las debilidades (González, 1993, p.7). Dicho de otro modo, la metacognición es la consciencia de que se tiene consciencia, el “observar la mente” desde fuera, como un testigo que atiende, sin inmiscuirse, sin emitir un juicio de valor o realizar una crítica, simplemente un observador de lo que ocurre en el momento presente. “Esto es utilizar el poder de la auto observación derivada del mindfulness, esto es hacer mindfulness de la mente, es hacer lo que comentaba antes tomado de Bevington: es ver tu mente desde fuera y la mente del otro desde dentro” (Mirapeix, 2015, p.39).
Otro de los pilares cuando se habla de atención plena o mindfulness tiene relación con la aceptación. Sin embargo, en muchas ocasiones este concepto tiende a confundirse o incluso homologarse con otro muy diferente, la resignación. La aceptación del momento presente tal cual se presenta sin juicio puede resultar profundamente difícil cuando se trata de situaciones complejas. En el escenario actual, la pérdida de seres queridos producto del covid-19, la incertidumbre económica, los despidos a nivel laboral y el estrés producto del confinamiento, entre otros, son situaciones difíciles de sobrellevar y la línea entre resignarse o aceptar es muy delgada y a veces invisible, producto del dolor y sufrimiento que éstas situaciones generan. El hecho de existir y estar vivos implica indefectiblemente estar ligados al dolor mediante experiencias de todo tipo. Sin embargo, es importante diferenciar dolor de sufrimiento.
El dolor o sufrimiento primario es consustancial a la naturaleza humana y es inevitable, Dentro de este sufrimiento encontramos: la muerte (de un ser querido o de uno mismo), enfermar y envejecer. Por otra parte, el sufrimiento secundario resulta de los pensamientos que surgen del dolor primario, por la no aceptación de lo que está ocurriendo. Se intenta luchar y resistir contra la realidad, se busca culpables, o se intenta anticipar el futuro para saber cómo será la realidad de ahora en adelante (García, 2019, p-27 y 28).
García (2019) plantea que frente a las diversas situaciones, sobre todo las más complejas, existen tres maneras mediante las cuales se puede responder:
• Resignación: no se realiza nada, actitud pasiva, se piensa que no hay capacidad de control de la situación. “No hay nada que hacer”
• Confrontación irracional: Negación del problema o sobreactuación, actitud activa pero sin efectividad. “Esto no me puede pasar a mí”
• Aceptación de la realidad: se admite que el dolor forma parte de la vida, no se lucha contra la realidad que no se puede controlar, se es consciente en qué medida se tiene el control del problema, sin actuar más ni menos (p.233 y 234).
La aceptación invita a dejar de luchar con la realidad; al soltar el objeto/persona/situación la mente y el cuerpo se relajan, aflojan tensión. La aceptación trae consigo lo que se llama “tristeza serena”, el no resistir, entender que la pérdida, por ejemplo, acarrea un duelo, pero ese sentimiento no impide la felicidad (García, 2019, p.234). La aceptación de la realidad no es sinónimo de aprobar lo que está ocurriendo o de no hacer nada; aceptar implica que se hace lo que se puede dentro de los límites que lo permitan (García, 2019, p.234). Es importante reconocer las diferencias entre aceptar y resignarse frente a una situación, así como ser conscientes de cuál de las tres maneras de responder frente una situación estamos adoptando.
En el escenario actual que el mundo se encuentra atravesando, frente a las diversas situaciones y experiencias de dolor que cada ser humano está experimentando, la aceptación se convierte en un bálsamo para muchas personas en este momento. Desde la aceptación se libera el sufrimiento secundario, esos múltiples pensamientos y preguntas que se transforman en una rumia mental incesante, que sólo genera más sufrimiento. Permite encontrar otras vías, otros caminos, de manera activa, aceptando lo que se puede manejar y lo que no.
Desde estos dos conceptos, y en base a una pregunta que Javier García Campayo, al hablar de aceptación, formuló en las I Jornadas Internacionales Mindfulness y Sociedad organizadas por el Rincón Mindfulness, surgió la siguiente reflexión que da origen a esta publicación: ¿ya he hecho todo lo posible? Él planteaba que la aceptación emerge cuando ya no se puede hacer nada más. Esta interrogante se extrapola en base al escenario pre covid-19 al que se hacía mención al comienzo del artículo, a los fenómenos observados en el ecosistema, y a las consecuencias positivas que ha dejado el confinamiento:
¿Hemos hecho todo lo posible o estamos resignados?
Este reflexión surge porque al ser médico veterinario los principales objetivos son el bienestar animal, la ecología, el desarrollo sustentable, la salud pública, la educación sanitaria, y finalmente, pero no menos importante, la conciencia ecológica.
Frente a las múltiples situaciones críticas y de urgencia que enfrenta el planeta, como se hizo mención anteriormente — efecto invernadero antropogénico, cambio climático, calentamiento global — surge la interrogante de si estamos resignados como seres humanos frente a estas situaciones y al detrimento en la salud y bienestar que de ellas se desprende, o si la aceptación que surge es basada en el concepto que se detalló previamente, es decir, aceptando la realidad que se nos presenta, pero entendiendo que aún existen vías, caminos y soluciones para poder solucionarlas, mejorarlas, o enmendar de alguna manera el daño causado, o si quizás esta aceptación es una una resignación disfrazada. De ahí que emana la pregunta: ¿hemos hecho todo lo posible?
Conciencia ecológica
El covid-19 (SARS-Cov-2) corresponde a un virus de la familia de coronavirus que pueden causar enfermedades de diversa gravedad. Al comienzo de la pandemia hubo múltiples teorías en base al origen de esta nueva enfermedad desde la posibilidad que fuera un virus creado en un laboratorio en China a una transmisión por zoonosis.
Cabello y Cabello (2008):
“El concepto de zoonosis implica que los patógenos causantes de la enfermedad tienen, en general, un reservorio animal silvestre, y de este reservorio animal generalmente asintomático, el patógeno puede ser transmitido directamente a humanos o a los animales domésticos, los que a su vez pueden transmitirlo al ser humano. Los patógenos que generalmente causan zoonosis pueden ser bacterias, virus o parásitos y en algunas raras ocasiones hongos. En la mayoría de ellas, la mantención de un reservorio silvestre aparece como una condición esencial de la persistencia de la zoonosis en una determinada área geográfica. Un 62% de los microorganismos que causan enfermedad en humanos son de origen zoonótico” (p.386).
Luego de estudiar la secuencia genómica del covid-19 se comprobó que es improbable la manipulación genética para la obtención de este virus. Existen dos hipótesis en base al origen, que haya existido una selección natural en un animal huésped antes de la transferencia zoonótica o selección natural en el humano después de la transferencia zoonótica (Andersen y col. 2020). Los primeros casos detectados se localizan en el mercado de Huanan en Whuhan (China); es posible que un animal huésped del virus, es decir que lo albergaba en su cuerpo, estuviera en ese lugar. La primera hipótesis muestra que el virus podría haber evolucionado a como se conoce actualmente mediante la selección natural en un huésped animal y luego haber saltado hacia los seres humanos. Siendo los murciélagos el huésped más probable, sin embargo no existen casos documentados de transmisión directa, por lo que podría haber existido un huésped intermediario entre murciélagos y humanos. Dicho en otras palabras, el virus podría haber mutado en estos huéspedes previo a la infección humana (Andersen, Rambaut, Lipkin, Holmes y Garry, 2020, p.450 y 451)
La segunda hipótesis que se baraja es que un tipo no patógeno (que no causa daño) habría saltado desde un reservorio animal a los humanos y, una vez infectado el humano, haber mutado a su estado actual. Un animal conocido como pangolín (mamífero tipo armadillo), presenta un tipo de coronavirus con una estructura bastante similar a la del covid-19. Es decir, un coronavirus de pangolín podría haberse transmitido a los humanos de manera directa, o utilizando un reservorio intermediario como el hurón (Andersen et al, 2020, p.450 y 451).
Para comprender de mejor manera cuando se habla de reservorio y zoonosis es importante incluir otro concepto, el biotopo. Un biotopo corresponde a una comunidad de animales y plantas coexistiendo en una región geográfica con un paisaje y clima determinados y cuya estructura comunitaria asegura la persistencia del patógeno en la comunidad (Cabello y Cabello, 2008, p.386). Las zoonosis son enfermedades infecciosas que tienen la habilidad de moverse y circular de forma permanente en un ambiente geográfico determinado, en un biotopo. Cualquier alteración que sufra este biotopo puede alterar la forma de presentación y manifestación de la enfermedad zoonótica (Cabello y Cabello, 2008, p.386).
Los mayores cambios producidos, y que han alterado el equilibrio dinámico de animales silvestres que son reservorio de microorganismos que pueden ser transmitidos al humano, han sido por causa de este mismo. Cambios a nivel ambiental, aumento de la población y migración hacia lugares que antes se encontraban inhabitados, degradación ambiental, contaminación, cambios climáticos, destrucción de bosques, producción agropecuaria excesiva, comercialización de animales silvestres, invasión humana de nichos ecológicos, urbanización, etc. El aumento del comercio, la globalización y los viajes, han permitido a su vez la diseminación de éstas enfermedades (Cabello y Cabello, 2008,p.386 y 387).Se puede inferir de lo anteriormente expuesto, que la pandemia que actualmente está en curso deja de ser algo circunstancial, azaroso, o puntual. La responsabilidad del ser humano es evidente, las alteraciones provocadas al medio ambiente de distintas maneras, desde hace mucho años, están mostrando sus consecuencias hoy.
Una de las claves para lograr dimensionar y a su vez buscar soluciones para que exista un mundo sustentable, y que las generaciones posteriores puedan disfrutar y vivir, es la consciencia. Se ha tratado el concepto de consciencia y metacognición. El ser humano tiene la capacidad de ser consciente de su cuerpo, mente y emociones, y además puede desarrollar la habilidad de ser testigo de su propia consciencia, observarse a si mismo desde afuera como un mero espectador. Desde hace algunas décadas y producto de la intervención humana en el medio ambiente se comenzó a utilizar el concepto de conciencia ecológica. La sensibilidad y observación del entorno a nivel natural se hicieron más evidentes tras la Segunda Guerra Mundial, cuando se visibilizaron las consecuencias de la guerra sobre el medioambiente, que venían a sumarse a las consecuencias previas de la actividad industrial militar y civil, la minería, la agricultura, la ganadería, la industria química, el transporte y la potenciación del consumo por sobre la producción en un modelo de industrialización (González, 2015, p.1). Uno de los puntos de partida hacia la conciencia ecológica radica en la creación en 1948 de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y sus Recursos Naturales (UICN), dejando de manifiesto el interés que comenzaba a suscitarse por la ecología. En 1961 se forma el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Rachel Carson en 1962, en su libro “Primavera Silenciosa”, es una de las pioneras en advertir del impacto ambiental de los pesticidas en el medioambiente, convirtiéndose en uno de los referentes en cuanto a concientización ecológica (González, 2015, p.2).
Dentro de este contexto resaltan otras dos fechas en esa toma de conciencia: por un lado la creación del Club de Roma en 1968; por el otro, el informe MEADOW, realizado por el Massachusets Intitute of Technology para el Club, acerca de los límites del crecimiento, ya en el año 1972, dando origen a lo que se conoce como hoy como “conciencia ecológica” o “conciencia de la crisis ecológica” (Ballesteros, 1985, p.169).
La mentalidad depredadora del ser humano hacia el medioambiente ha llevado a una triple carencia: desnutrición de una parte importante de la población, destrucción potencial ilimitada del planeta y el desarraigo al genuino habitar humano (Ballesteros, 1985, p.170).
El concepto de conciencia ecológica tiene relación con el observar el entorno para lograr entender y comprender la realidad del planeta. Partiendo por parar, hacer una pausa para mirar en el momento presente cuál es la situación del mundo y, frente a ese conocimiento, desde la metacognición, lograr presentar soluciones, nuevos caminos hacia un mundo en el que el ser humano se pueda integrar como un elemento más dentro de la cadena alimentaria, respetando los límites de consumo, utilizando tecnologías “verdes”, ser capaces de integrar y trabajar en conjunto con la Tierra, y no como dueños de ella. “La epistemología ecológica o postmoderna se caracterizaría finalmente por presentar un modo de pensar basado en la diferencia y la complementariedad y no en la oposición y la disyuntiva” (Ballesteros, 1985, p.173).
Mindfulness para la conciencia ecológica y el rol del ser humano post covid-19
El desarrollar conciencia ecológica, involucra primero tener consciencia de nosotros mismos, pues sólo en la medida en que somos conscientes del cuerpo, mente y emociones, se logra el desarrollo de la consciencia testigo, lo que permite la capacidad de ser conscientes del entorno, y como consecuencia de ello, se llega a incluir el medioambiente. Vale decir, la propia consciencia de nosotros mismos puede ser el camino hacia una conciencia ecológica.
La práctica de atención plena permite trabajar las cualidades de consciencia y metacognición. De alguna manera sería interesante integrar esa consciencia testigo con un enfoque ecológico, con una amplitud de consciencia que otorgue esa visión del mundo desde “arriba”. En este sentido, el rol del ser humano y de la práctica de mindfulness en esta “nueva normalidad” post covid-19 puede resultar fundamental.
Geiger, Otto y Schrader (2018) estudiaron la relación de la práctica de mindfulness y el desarrollo de un comportamiento ecológico (comportamiento de proteger y/o evitar daños en el medio ambiente abarcando todas las áreas de la vida cómo la nutrición, movilidad, transporte, energía, consumo de agua, evitar desperdicios, y consumismo), específicamente haciendo alusión a los beneficios que podría generar la consciencia corporal. Concluyeron que el aumento de la conciencia mediante mindfulness hacia la experiencia presente favorece un estilo de vida más saludable, que a su vez se relaciona con un mayor comportamiento ecológico, más allá de los beneficios para la salud personal. Los hallazgos del estudio respaldan un comportamiento amable hacia la salud personal y el planeta, abriendo un camino hacia intervenciones educativas medioambientales basadas en prácticas de mindfulness y salud personal (p.1 y 2).
De alguna manera, la práctica de alimentación consciente o mindful eating, podría considerarse como una herramienta más en esa consciencia de salud personal que podría llevar a una conciencia ecológica. Ser verdaderamente conscientes de los alimentos que se ingieren diariamente lleva a realizar, con el tiempo, elecciones más saludables, y quizás más amables con el medio ambiente. Por otro lado, se cree que la práctica de atención plena puede jugar un rol importante sobre la regulación de un consumismo insostenible e impulsivo. Además de otros tres caminos que podrían tener efectos positivos en ese comportamiento ecológico: re-orientación hacia una vida más sencilla a nivel material, estilos de vidas más simples y el cultivo de un comportamiento pro social y compasivo. La práctica de mindfulness se relaciona con el comportamiento ecológico mediante la conexión con la naturaleza (Geiger et al, 2018, p.2).
Ser conscientes de la interdependencia que el ser humano tiene con la naturaleza puede ser el camino para un comportamiento más sostenible a nivel ecológico. La práctica de atención plena puede ser una herramienta para generar hábitos sostenibles (Amel, Manning y Scott, 2009, p.1). Por otro lado, se destaca la importancia de la compasión en el desarrollo de esta conciencia ecológica. La compasión podría definirse como el sentimiento que surge al presenciar el sufrimiento de otro y de uno mismo y que conlleva un deseo de ayudar. El Dalai Lama lo describe como el deseo de que todos los seres sintientes estén libres de sufrimiento. La compasión corresponde a una de las fuentes principales en el desarrollo de mindfulness, siendo un camino de doble vía; la compasión facilita la práctica de atención plena y esta práctica desarrolla también compasión (García, 2019, p.259).
En el mundo en el que actualmente se desenvuelve la vida humana la compasión se convierte en una herramienta que puede incluso llegar a facilitar la convivencia, siendo más cooperativa y pacífica (García, 2019, p.258). Existe otro término comúnmente utilizado en mindfulness, metta o bondad amorosa, un sentimiento de amor desinteresado hacia los demás, sin querer buscar el beneficio personal. Este sentimiento denota la intención de querer que todos los seres, sin distinción, sean felices. La diferencia con karuna o compasión es el sufrimiento; si existe, el deseo es que lo seres se liberen de él (Campayo, 2019, p.259).
Los dos pilares claves en la compasión son, por un lado, la sensibilidad al sufrimiento tanto de los demás como el propio y, por otro lado, el compromiso de querer aliviarlo. En Occidente el concepto de compasión muchas veces no está bien definido, o se le atribuye una connotación distinta, como un sentimiento de lástima hacia el que sufre, posicionando a la persona compasiva como “superior”, provocando que el hacer alusión a esta cualidad no sea bien recibida, aceptada ni muchos menos comprendida.
La compasión está enfocada tanto a nosotros mismos cómo a los demás; el ser autocompasivos resulta fundamental a la hora de ser compasivos con los demás. El tratarse con amabilidad abre una puerta a que ese mismo trato lo apliquemos hacia los demás seres. Dentro de las prácticas de karuna, se utilizan diversas frases como “que pueda estar bien”, “que pueda ser feliz”, “que pueda sentirme querido”. Así como gestos compasivos basados en el tacto, el brindarnos un abrazo, acariciarnos la cara, piernas, brazos, generando un estado de paz, afecto, bienestar y calma. Este mismo ejercicio puede aplicarse hacia otros seres que se encuentren sufriendo de alguna manera (García, 2019. p.264).
La práctica de metta es aplicada también tanto a nosotros mismos, como hacia los demás. Comenzando con esa bondad amorosa primero hacia la propia persona, con frases del tipo: “que todo vaya bien” “que puedas alcanzar la felicidad y la paz”. Después continuando con el ejercicio con algún ser querido, una persona neutra o desconocida y finalmente con alguien con quien la relación sea compleja o conflictiva, repitiendo en cualquier caso frases del tipo: “ojalá puedas ser feliz” “ojalá puedas alcanzar la paz”. Generalmente la práctica culmina, expandiendo ese deseo hacia toda la humanidad, todos los seres, y al planeta (García, 2019, p.270 y 271).
El concepto de humanidad compartida está presente tanto en compasión como en bondad amorosa. Cuando existe el sufrimiento, se intenta comprender que la situación dolorosa que se vive la han experimentado o la experimentan muchas personas en el mundo; se comparte de alguna manera el dolor, aliviando la carga que este produce. Por otro lado, la bondad amorosa también se expande hacia los demás, hacia todos los seres que conforman el planeta.
Generar esa conexión, desde la compasión y bondad amorosa hacia uno mismo, para luego expandirla hacia los demás, resulta primordial al momento de generar un vínculo con el entorno, y con el medioambiente. Esa interdependencia es trascendental para tomar medidas que puedan beneficiar el ecosistema en todo su ancho.
Mathieu Ricard, monje budista francés, autor de importantes obras como El arte de la meditación, En defensa de la felicidad y En defensa del altruismo ha sido una voz importante para hacer un llamado hacia la compasión animal. Una de sus últimas obras llamada En defensa de los animales: el imperativo moral, filosófico y evolucionario de tratar a todos los seres con compasión, plantea las diferentes razones para terminar con la explotación de los animales no humanos. Como afirma Ricard, “si dejáramos de comer productos animales, podríamos comenzar a aliviar el hambre a nivel mundial, reducir de manera significativa nuestras emisiones de carbono y mejorar la salud de los humanos, así como podríamos eliminar una gran cantidad de sufrimiento innecesario a miles de millones de seres sensibles cada año” (Garrison Institute, 2016). El planteamiento de Ricard forma parte de esa conciencia ecológica que se ha planteado en la cual los animales integran también el entorno. El consumo y producción desmedida de la industria agropecuaria muchas veces ha llegado a sobrepasar los límites del bienestar animal.
Conclusión y reflexión personal
La Medicina Veterinaria ha formado parte de mi desarrollo profesional, teniendo la oportunidad de aprender ecología, impacto ambiental, desarrollo sustentable, medicina interna, y bienestar animal, así como ver la otra cara de la moneda, producción pecuaria, zootecnia y alimentación. Luego de muchos años en este rol, he logrado comprender el impacto que ha tenido la presencia humana en el mundo.
Observar el sufrimiento de un animal, tanto físico, como mental y emocional, producto de los cambios en su hábitat o del perjuicio realizado directamente por los seres humanos, resulta abrumador. Por otra parte, las acciones compasivas de diversas personas alrededor del planeta, entregan una esperanza. Luego de mucho reflexionar, logré comprender que a pesar de que la Medicina Veterinaria podría ser un gran aporte para generar conciencia animal y medioambiental, ví que independiente de las acciones, palabras, clases y charlas, los intentos fallaban constantemente. Es ahí donde surgió la interrogante: ¿de qué otra manera se puede generar un cambio de mentalidad? La respuesta era clara: desde la toma de consciencia. Pero, ¿cómo?
En ese camino personal emergió una vía diferente, una que no estaba considerada, desde la práctica de Mindfulness y Compasión, pero sin dimensionar las repercusiones y oportunidades que ese camino traerían consigo. Hoy en día, con el estudio y práctica de atención plena, la respuesta a estas interrogantes es aún más clara: mindfulness es la vía para generar consciencia, una herramienta que puede ser la salvación de la especie humana y del planeta.
La pandemia ha dejado de manifiesto el estilo de vida que se llevaba, el constante piloto automático en el que se funcionaba día tras día que se veía reflejado en los hábitos alimentarios y en la relación que se mantenía con los otros y con nosotros mismos; ha puesto de manifiesto el daño que causa el vivir en un constante de sistema de alerta y de amenaza que cada día cobra más víctimas a nivel de salud mental, producto del estrés, ansiedad, trastornos del sueño, cuadros depresivos, etc.
El confinamiento ha puesto en tela de juicio muchas de las acciones humanas, llegando incluso a cuestionar, producto de la privación de libertad y el sentimiento que eso genera, la existencia de zoológicos en muchos países.
A pesar de las múltiples consecuencias dolorosas que ha traído el covid-19, el ser obligados a detenernos ha sido una oportunidad para observar lo que sucede en el interior, ser conscientes del cuerpo, de los hábitos, pensamientos, emociones y sentimientos. Una oportunidad para conectar con los otros, lo importante del contacto con los demás, la relevancia de un abrazo, de escucharnos activamente, sentir esa humanidad compartida de estar pasando literalmente por lo mismo a nivel mundial. Una oportunidad para trabajar la compasión a nosotros mismos y hacia los demás durante ese proceso, así como la bondad amorosa, desde ayudar a un adulto mayor hacer la compra, o respetar la distancia social y la cuarentena para que otra persona no enferme.
La pregunta que surge ahora es: ¿y qué pasará después de la pandemia? ¿volveremos a ser los mismos? Espero profundamente que no y, en este punto, mindfulness se convierte en esa base. Ahora que ya hemos hecho la pausa, y hemos observado que quizás el planeta, a nivel ecológico, al parecer funciona mejor sin la presencia humana, me pregunto: ¿hemos hecho todo lo posible por el mundo? Es importante tomar consciencia de cuál será nuestro rol de ahora en adelante, de qué manera nos vamos a integrar al entorno, de qué manera podemos aprender a vivir en comunidad con los otros seres que habitan el planeta.
El cambio debe partir por cada uno, sólo puedo ser consciente de mi entorno en la medida que soy consciente de mi mismo, siendo relevante para ello la práctica diaria de atención plena, formal e informalmente, trabajando tanto desde la meditación y la alimentación consciente como desde la compasión, la bondad amorosa y la humanidad compartida.
El mundo no volverá a ser el de antes; nosotros como especie no volveremos a ser los de antes y, en este sentido, el rol de los profesores de mindfulness es crucial. Es una responsabilidad tremenda, un camino difícil muchas veces, pero está la oportunidad de entregar esas herramientas, para que más personas sean conscientes de sí mismas, para que se pueda desarrollar esa conciencia ecológica, para que el mundo que conocemos en el momento presente lo puedan disfrutar las generaciones que vienen tras nosotros. La toma de consciencia es aquí y ahora, es urgente, pero desde la atención plena, la aceptación y la compasión se abren nuevos caminos para llegar a ello.
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Javiera Ortega
Junio 2020